Preguntas, preguntas y más preguntas...

      Estar con un niño es estar rodeado de preguntas, a medida que van creciendo las van cambiando y por cierto, las van complicando. Pero lo que nunca cambia es el hecho de que constantemente preguntan. 

Para nosotros los padres esto es algo que inicialmente nos emociona y como las primeras preguntas que empiezan a hacer son de fácil respuesta nos encanta que las hagan.

El problema surge cuando las preguntas se empiezan a complicar o aún más, empiezan a poner en jaque nuestros conocimientos e incluso nuestra cultura, ahí no nos causa tanta gracia. Es entonces cuando las respuestas empiezan a ser del tipo: no ves que estoy ocupada, lo vemos luego, pregúntame otra vez en casa etc. 

Conversando con Kathleen McCurdy, experta en homeschooling, me comentaba que es precisamente en esas interrogantes que tenemos que detenernos. Es en el momento en el que surge el interés basado en la curiosidad del niño o el joven, que ocurre el mayor aprendizaje. Es a través de sus preguntas que se abren cotidianamente el mundo de la física, la geografía, las matemáticas, historia, lenguaje, química, astronomía etc. Y son también un excelente indicador para abordar en el momento oportuno los temas relacionados con las emociones y los valores. 

Y obviamente no tenemos todas las respuestas, incluso lo ideal es que no se las demos. Lo ideal es que guardemos sus preguntas y en la primera ocasión que tengamos les acompañemos en la aventura de encontrar las respuestas. Por mi parte llevo conmigo siempre una pequeña libretita amarilla en el bolso, cada vez que surge una pregunta la escribo y así no se me olvida. 

Es a través de la búsqueda de respuestas a nuestras preguntas que los seres humanos hemos ido adquiriendo nuestros conocimientos

Los animo a tener su propia libreta y empezar a guardar las preguntas que surgen espontáneamente, luego darse el tiempo y motivar a los hijos a iniciar la exploración.

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